Fernando Alonso obra el milagro

El asturiano inaugura el palmarés nocturno de Singapur con una gran victoria tras remontar desde la decimoquinta posición

Los misterios inescrutables del carisma decretan que la Fórmula-1 empieza y acaba en España con Fernando Alonso. Es un hecho irrefutable, tan cierto como que mañana es martes. La capacidad del piloto para provocar emociones, a favor o en contra, proceden de su espíritu pionero, el conquistador que enseñó un mundo nuevo. Probablemente, el descubrimiento más impactante del deporte español en las últimas dos décadas.

Alonso regresó a los viejos tiempos, al terciopelo de la victoria, al escenario donde se vuelve indomable porque así lo decide su carácter. Ganó en Singapur pasajero de un milagro, el vuelco total que provocó el accidente de su compañero Nelsinho Piquet y la salida del coche de seguridad. Pero con el hueso entre los dientes, más de una hora y media de carretera por delante, Alonso no dejó escapar la pieza. La flojera viaja con otros. Él pertenece a esa estirpe que, como Nadal, Gasol o Contador, no conocen el miedo en el deporte. El gen del campeón.

La Fórmula-1 es bonita si gana Alonso. La sentencia que se escucha a las doce de la noche en el coqueto ‘paddock’ de Singapur no encuentra réplica posible porque su victoria transporta al lenguaje de los sentidos. Evoca sensaciones tan comunes en el deporte, esas que transforman en héroes a tipos capaces de hacer cosas imposibles para los demás.

Nadie conduce como Alonso. Ni regatea como Messi o el Kun Agüero, ni machaca como Kobe Bryant o nada como Phelps. El triunfo del asturiano en Singapur tuvo algo de redención, de clausura de las calamidades. No podía ser que un tipo responsable, cualificado y profesional como Alonso arrastrase una temporada basura como ésta.

Ganó y lo hizo a lo grande. A la luna de Singapur, en el estreno mundial de una carrera nocturna que ha gustado a la concurrencia y en defensa de una trayectoria que no merecía el castigo de un año tan lamentable.

Arrebato de suerte

Lo hizo, sobre todo, gracias a un arrebato de suerte que le esquivaba un domingo sí y otro también. Alonso echó gasolina el primero, Piquet se estrelló una vuelta después y la aparición del coche de seguridad permitió a casi todos los pilotos ingresar en el garaje para pasar por la manguera. Así fue como el asturiano adelantó a medio pelotón.

Todos los hados se juntaron en ese punto, entre las vueltas 13 y 17, para conceder una oportunidad al español. Alonso se vio quinto, de repente, en un abrir y cerrar de ojos. Rosberg y Kubica fueron castigados con una parada en el garaje porque la F-1 es inflexible: se quedaron sin gasolina cuando estaba el coche de seguridad en la pista. Y el cortijo es el cortijo: mala suerte, dice la norma. A pagar. Trulli y Fisichella eran los únicos que seguían con el tanque lleno y debían detenerse más adelante.

En un encaje de bolillos con pocos precedentes, Alonso transitó desde el pesimismo total del sábado por la avería, en el que llegó a decir que «sólo queda bajar la bandera a cuadros y coger el avión», a la felicidad absoluta de una persona cada vez más serena.

Mientras Alonso recibía los influjos de la luna de Singapur, Massa se dejaba medio Mundial por los excesos tecnológicos de la F-1.

Un problema con la manguera y el semáforo dejó al brasileño fuera de bolos. Cuando Massa regresó a la pista, Alonso ya había puesto tierra de por medio y Hamilton se preparaba para asestar un golpe crucial al Mundial. El segundo accidente (otra vez Massa con Sutil) que provocó el segundo coche de seguridad juntó al pelotón y anunció sudores fríos para el español, que tenía 18 segundos de ventaja sobre Rosberg. Fue ahí cuando regresó el animal competitivo.

Tres vueltas supersónicas de Alonso alejaron seis segundos a Rosberg, que ni siquiera se acercó, taponó a Hamilton y evitó un duelo directo entre los ex compañeros. Alonso ganó por los viejos tiempos y porque nunca se ha ido.

Fuente: elcomerciodigital.com

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