Miguel, el niño que se crece vendiendo libros
La vida de Miguel Joaquín Gómez transcurre entre las ventas y el colegio. Trabaja por iniciativa propia y ahorra para garantizarse un mejor futuro. Vender libros es una de las profesiones más difíciles. Una de mis estrategias es leer lo que voy a vender.
Mi nombre es Miguel. Es posible que a usted no le guste leer, pero si me compra un libro, además de adquirir un buen motivo para comenzar a hacerlo, apoyará a un joven que quiere salir adelante.
Excusándose primero, por las molestias que pueda causar, Miguel Joaquín Gómez Martínez aborda a los clientes de las cafeterías y restaurantes de Cali.
Tiene 13 años. No teme al rechazo ni al qué dirán. Mira fijamente los ojos del futuro comprador y habla con la seguridad que le da su amplio léxico. Mueve sus manos mientras enseña los apartes relevantes de los textos y concreta el negocio como el más experto vendedor.
Cuando tenía 8 años, mientras los demás niños jugaban a ser superhéroes, Miguel se embarcó en el difícil mundo laboral.
Nació en Anapoima, Cundinamarca. Hoy vive en Buga. Viaja a Cali en horas de la mañana y se dirige al centro para comprar títulos de bolsillo.
Los vende a $5.000 en distintos sectores de la ciudad. La jornada termina cuando su morral queda vacío, lo que suele ocurrir a media noche. A esa hora busca transporte para reunirse con su única familia: su abuelo.
Miguel no recuerda a sus padres. Sabe que lo dejaron abandonado en el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar de Ibagué cuando tenía 5 años de nacido. Los abuelos pidieron su patria potestad.
La vida le ha enseñado que los rencores no son buenos. No los culpo. Sus razones tuvieron y se las respeto, pero eso no se le hace a un niño, dice Miguel mientras cuenta que tiene un hermano y que jamás lo ha visto.
Aprendió el arte de las ventas gracias a su abuelo. Un hombre de 57 años que vende enciclopedias. Su esposa, la abuela de Miguel, murió hace cuatro años y desde entonces se dedicó a viajar, vendiendo textos de una conocida editorial y recorriendo varias regiones del país con su nieto a bordo.
Cuando murió mi abuela, el viejo se puso muy triste y vendió la casita que teníamos en Ibagué. Desde ese momento vivimos en hoteles. Procuramos quedarnos un año en cada ciudad para que yo no me atrase en el estudio.
Entre el colegio y las ventas. Miguel es ‘un duro’ en todas las materias. Con gran habilidad cumple los requisitos académicos y le alcanza hasta para ayudar a sus compañeros. En pocos días iniciará octavo grado en un colegio de Buga. Es muy amigable y varias personas se acercan a él, en gran parte, porque tiene muchos temas para conversar.
Esos temas son los que devora en los libros que vende los fines de semana y en época de vacaciones, cuando no está estudiando. Porque sabe y lo repite en todo momento: Lo único que me sacará de pobre es una buena educación.
Sabe que una de las reglas del buen vendedor es conocer a fondo su producto. Por eso casi podría recitar todos los contenidos de sus libros para atraer a sus clientes.
En la calle ha visto de todo un poco. Aún recuerda con molestia cómo una chica le ofreció quitarle su virginidad.
«Si me reclaman que $5.000 es mucho, yo les digo: pero si la cultura es costosa, mire cuánto valdría la ignorancia».
«Cuando me dicen pobrecito el niño, otro día le compramos, yo les digo: Un amigo no es el que compadece sino el que colabora».
«Siendo sincero, creo que me compran sólo porque les gusta mi forma de vender. Porque leer casi no le interesa a las personas».
De bolsillo. Vender libros es una de las profesiones más difíciles, porque casi nadie cree que los necesita. El éxito está en crearle la necesidad al cliente. Es más fácil que me compren un libro de lectura rápida y de precio cómodo, porque el conocimiento avanzado es muy costoso, comenta Miguel.
Las ganancias que obtiene de sus ventas las ahorra para costear su sustento. Paga su propia cuenta en el hotel, su comida y a veces ahorra para darse uno que otro gusto.
Recuerda que en una ocasión trabajó fuerte y ahorró para comprarse un play station. Lo compré porque todos mis compañeros tenían, pero después ni lo volteaba a mirar. Lo vendí, le perdí $20.000, y pérdida es pérdida.
Prefiere no tener distracciones que entorpezcan sus metas: trabajar, estudiar y ser exitoso.
Por eso nunca ha tenido novias. Una que otra niña le gusta, pero quiere esperar, como él dice, a tener su destino definido para así pensar en noviazgos y en amor.
Destino que construye tan pronto se levanta. Después de desayunar se despide de su abuelo y religiosamente entra a la Basílica de Buga para encomendar su día al Señor de los Milagros. Mi objetivo, como Méndez el de la novela ‘hasta que la plata nos separe’, es vender, vender y vender.