Una meditación: La historia del espejo

Tras su estancia en el bosque de Bambú, Arundathi fue enviada por el maestro a encontrarse con Sabhatta, el narrador. Sabhatta era ya viejo cuando, unos años atrás, el maestro le había llevado al discernimiento final. Durante mucho tiempo su oficio había sido recorrer las aldeas contando cuentos y leyendas populares, pero tras su transformación espiritual comenzó a emplear su habilidad como narrador de otro modo. A cada persona le contaba una fábula personal y privada que le ayudase espiritualmente en su momento particular. Esa era su manera de enseñar y de guiar a los adeptos por la senda de la verdad.
Arundathi se presentó ante él con su natural humildad y fervor. Tras hacerle las ofrendas oportunas, se postró en el suelo con la mirada baja y esperó. Al anochecer, cuando tan sólo un hilo de luz anaranjada dibujaba la silueta de las colinas lejanas, el anciano narrador Sabhatta comenzó una historia:

“En el reino de los 33 dioses, vivía un joven dios. Los placeres en que vivía le protegían de todo dolor pero eso no le ayudaba a desarrollar sus cualidades y sabiduría. Observando a los hombres, había visto que cambiaban, se transformaban e, incluso, en algunos casos, alcanzaban el despertar espiritual. La vida humana le fascinaba, los hombres padecían más que los dioses pero tenían muchas más posibilidades de conciencia.
Apasionado por la vida y costumbres de los hombres, el joven dios decidió bajar al mundo para conocerles mejor. Les había observado mucho y había descubierto la fascinación que sentían hacia los espejos, y la libertad con que se miraban cuando estaban solos. Así que decidió aparecer en el mundo de los hombres como un hermoso espejo.
No había ese tipo de espejos en aquellos tiempos, de modo que era una pieza única. Un mercader, consciente de su valor, lo compró a un muchacho que lo había encontrado en el fondo de una cueva, junto a su aldea.
El joven dios observaba cómo el mercader se sentía orgulloso y fascinado ante su nueva adquisición. Era un enorme espejo, limpio, nítido y cristalino. . Su calidad era digna de un emperador. Lo puso en la puerta de su tienda y todo el mundo iba a admirarlo. La gente empezó a venir desde lugares lejanos a ver aquella pieza única y a mirarse en ella. El dios aprendía de todos ellos.
Pero, con el tiempo, el mercader empezó a sentirse incómodo y molesto. Ya no le gustaba tanto que la gente deforme y sucia se mirase en su espejo. Se sentía contento cuando venía una bella joven o un noble apuesto, pero no tanto con los demás. Creía que le estropearían el espejo y empezó a ser selectivo y arbitrario.
Mientras, el joven dios disfrutaba de su cercanía de los hombres y aprendía de todos, de los buenos y de los malos, de los agraciados y de los grotescos.
Un día llegó a los oídos de una hermosa princesa la existencia del espejo y fue a verlo una mañana. El mercader se sintió más importante que nunca y su egotismo aumentó. Su vanidad creció pero su miedo también. Ahora sólo deseaba el regreso de la princesa y empezó a expulsar con más ahínco de su tienda a los desgraciados y malformados, a los sucios y los pobres.
El joven dios veía cómo el mercader ya no podía dormir. Sólo esperaba el día en que vendría la princesa a ver su preciado espejo. Empezó a volverse más arisco y temeroso, perdió el contacto con la gente y olvidó la alegría. No permitía que nadie viera el espejo y la princesa no regresó; se volvió triste y desconsolado. Con el tiempo se fue haciendo oscuro y obsesivo y, paulatinamente, envuelto en sí mismo, perdió la cabeza.
El espejo desapareció un día de la tienda y el joven dios, lleno de la sabiduría que le ayudaría en su progreso espiritual, regresó a su reino, el de los 33 dioses”.

El anciano narrador de historias calló mientras miraba a Arundathi con la ternura de quienes conocen verdades profundas. Ella había quedado impresionada, nunca una historia le había removido tanto por dentro. No sabía muy bien por qué ni entendía qué debía aprender, pero se sentía alentada y plena, después de todo, era su fábula privada, una historia hecha para ella.
El anciano Sabhatta la invitó a que hablara con su mirada y Arundathi se expresó con inocencia:
-Me ha llamado la atención ese espejo, ¿cómo sería mirarse en un espejo así? ¿Me vería igual que me veo ahora o sería distinta?
-Piensa más bien en que TÚ ERES EL ESPEJO- dijo el venerable Sabhatta. Revive esta historia imaginándote ser el espejo.
Arundathi lo hizo y se dio cuenta de algo que no podía expresar en palabras. Era como saber más claramente quién era ella
-Todos los elementos de tu historia han aparecido para enseñarte algo-dijo el anciano-El espejo representa tu conciencia más genuina y debes hacer todo lo posible para mirarte en ella, porque así verás tu verdadero ser. El joven dios es tu potencial para la perfecta atención consciente. Las personas que iban a mirarse al espejo son tus experiencias y sucesos cotidianos. Tú crees ser Arundathi y crees que eres la dueña de todos los reflejos de tu conciencia; el mercader de la historia representa esa parte de ti. Medita en esto sin descanso hasta que consigas respetar las cualidades y la pureza de tu conciencia. No la quieras poseer. Entonces serás libre y te elevarás al reino donde la apertura mística es fácil y natural. De lo contrario, vivirás como el mercader, llena de irritación, vanidad y aflicciones y te hundirás en la oscuridad de la inconsciencia.
Arundathi, oyendo estas palabras, comprendió inmediatamente. Sin pensamientos ni esfuerzos supo lo que su historia le estaba mostrando y permaneció sobrecogida en silencio.

Extraído del libro: “El hallazgo de la serenidad”, de Juan Manzanera,

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